ESPAÑA. LA OBRA DE DON BOSCO.

Boletín Salesiano-1893-julio-109-112

Orígenes de los Talleres Salesianos y del Instituto de las Hermanas de María Auxiliadora en Sarriá-Barcelona.

Escrito está entre los nombres más insignes que honran los fastos de Barcelona el de la señora doña Dorotea Ch. de Serra, cuyo fallecimiento lloran todavía inconsolables millares de pobres á quienes sirvió de madre cariñosa y cuya memoria bendicen cuantos tuvieron la dicha de conocerla.
Personas de tan raras virtudes enaltecen á los pueblos á que pertenecen, y son como fúlgidas lumbreras que sirven de edificación y consuelo á los buenos y de estímulo y ejemplo á todo el mundo.
No hace mucho que la Tipografía Salesiana de Sarriá dió á luz la biografía de aquella noble matrona, hecha con mano maestra por el R. P. Jaime Xonelle de la Compañía de Jesús; y nos parece conveniente dar á conocer algunos capítulos, que leerán sin duda con gusto nuestros Cooperadores, por referirse á los orígenes de la principal de las casas Salesianas existentes en España.

Capítulo I.
Proyecto de Doña Dorotea á favor de la clase obrera. — Dificultad de ponerlo por obra. — Primera noticia de los Talleres Salesianos. — Ve en ellos realizada su idea favorita. — Gestiones que hace para obtener que se establezcan en Barcelona. — Profecía de Don Bosco referido á D“ Dorotea.— Noticia de D. Juan Bosco. — Puntos de contacto entre él y Doña Dorotea. — La Congregación Salesiana. —Dificultades que se levantan contra la fundación de Barcelona. — Medios eficaces con que Doña Dorotea trata de superarlas

La obra de las Salas de Asilo alcanzó un incremento superior a las risueñas esperanzas concebidas al plantearlas en nuestra nación; y además estaba por esta razón basada sobre tan sólidos fundamentos, que prometía estabilidad y consistencia. Parece que con tan halagüeño resultado debía darse por satisfecha el ansia de Doña Dorotea por procurar el bien de los niños de la clase obrera; pero no fue así. Veía abiertas casas de refugio para los hijos de tierna edad de padres ocupados en el trabajo en fábricas y talleres; mas al mismo tiempo se le partía el corazón al ver que los niños formados en las Salas de Asilo perdían miserablemente la pureza de la fe y de costumbres al pasar á aprender algún oficio mecánico en talleres dirigidos por amos poco escrupuIosos en materia de religión y costumbres sanas, y en compañía de jóvenes perversos, que con sus malos ejemplos y pésimas conversaciones ahogaban en pocos meses la preciosa semilla que con tanto celo y trabajo se había depositado en el corazón de la niñez en las Salas de Asilo. Más aún: lastimábase la caritativa señora al ver un gran número de chicuelos sin educación andar vagabundos por calles y plazas, ignorando los elementos de la religión, sin amor al trabajo por falta de alguien se lo inspirase; y preveía cuán dañosos habían de ser a la sociedad estos pobres niños cuando llegasen á ser hombres, por no poseer arte ni oficio con que procurarse los medios de subsistencia, ni quedarles para atender á ella otro arbitrio, que el robo, el timo, el servir para cualquier penal primero que les alargase un pedazo de pan ó dinero para entregarse al vicio, viviendo por fin á parar en un establecimiento penal para satisfacer la pena de sus delitos.
¿Como podría ponerse remedio a mal tan grave, tan extenso, de tanta trascendencia para el bien corporal y espiritual do estas infelices criaturas?
Este es el problema capital, cuya resolución preocupaba seriamente á Doña Dorotea poco antes y poco después de la muerte de su marido. Resonaba continuamente en sus oídos la voz de su difunto esposo de que hiciese cuanto bien estuviera á su alcance: la fortuna que á su libre disposición había dejado, la ponía en condición de poder dar entero y cabal cumplimiento á la benéfica voluntad del que con su trabajo la atesoró, y ella misma no dejaba de comprender que sólo iniciando nuevas obras de beneficencia, y fomentando las ya establecidas, y dándoles la mayor consistencia posible, satisfaría cumplidamente á los deseos de su amado esposo. Toda la dificultad estaba en atinar en el medio más oportuno de emplear en tan piadoso objeto su fortuna. «¿Cómo se recoge», decíase á sí misma«, como se recoge á los niños que no pueden ser acogidos en las Salas de Asilo por razón de su edad? y ¿cómo á los ya salidos de ellos se les aplica á aprender el arte ú oficio sin peligro de su fe y de la pureza de costumbres, autos al contrario imbuyéndolos en las saludables máximas de la religión y formando sus tiernos corazones en el amor y práctica de la virtud? »
La solución de tan intrincado problema no se presentaba fácil á su preclaro talento. Dos elementos comprendía su idea. El uno era asegurar la parte religiosa, y esta era el capital. El otro era procurar á los niños un decente medio de subsistencia para lo porvenir. Lo primero exigía un celo tan puro, una vigilancia tan asidua, una abnegación tan completa, que sólo entre personas adornadas con el carácter sacerdotal ó consagradas á Dios por votos religiosos podían hallarse sujetos aptos para tan delicada misión.
Para lo segundo eran indispensables hombres peritos, capaces de enseñar á los asilados el arte ú oficio más conforme á las inclinaciones y aptitudes de cada uno, y esto con tanta perfección, que sus artefactos pudieran cuando menos competir con los fabricados en los establecimientos y talleres más acreditados. Por lo que toca á la primera parte de la obra que meditaba, parecióle hallar solución con encargar á un celoso sacerdote, que residía en Gracia, el cuidado de los aprendices, por lo que miraba á la parte moral y religiosa; para la segunda con escoger artistas y oficiales honrados, que atendiesen á la enseñanza del arte ú oficio.
De este plan á medio concebir y de este informe embrión de una idea tan maravillosa y de tan fecundos resultados, habló un día á un individuo de su familia, y le propuso en breves palabras el proyecto de iniciar su obra y encargarla al mencionado sacerdote. Comprendió el consultado el esfuerzo generoso de la señora, lo vasto de su pensamiento, y al mismo tiempo la dificultad casi insuperable de su realización. — «¿No ve Usted, » le dice, «que esto plan no ofrece prendas de duración y solidez? ¿Es qué pararía tan importante y complicada obra el día en que faltase ese buen señor sacerdote, que piensa V. poner al frente de ella?» Siguióse un momento de silencio. Doña Dorotea sintió caer una sombra, aunque tenue y muy delgada, en lo más vivo j esplendoroso de la luz que bañaba su mente; pero la luz quedaba entera, viva y brillante como en los momentos anteriores. Interrumpe el silencio su interlocutor y confidente, y le dice: «Recuerdo haber leído en algún periódico ó revista, que recientemente se ha fundado un instituto religioso con el fin precisamente de recoger niños abandonados y enseñarles oficio á la vez que formarles el corazón é instruirlos en las máximas cristianas. » En el rostro de Doña Dorotea se juntaron instantáneamente la alegría, la sorpresa y la satisfacción más cumplida. — « ¿Dónde está», pregunta, «este periódico?» — « Ahora no lo sabré decir, » responde; « yo lo buscaré. » — « Sí, » dice, «búscalo luego; y avísame en cuanto o encuentre”.
Ya desde aquel instante no vivió en sosiego hasta ver el periódico. « Un instituto religioso, » se decía, « una orden que se dedique á enseñar oficios, esta es la que conviene á mi idea. Ya doy el problema por resuelto, Dióse con el deseado papel, en el cual se leía que en Utrera, provincia de Sevilla, á instancias del Sr. Marqués de Ulloa, unos religiosos, recientemente fundados en Turín por un varón de Dios, el presbítero D. Juan Bosco, habían fundado en 1880 un colegio llamado del Carmen, un asilo para niños pobres y un recreo dominical. En el colegio se educaba á los niños en letras. Otro tanto se hacía en el asilo: y en el recreo dominical se recogían los niños trabajadores y estudiantes, que en los domingos, por descansar del trabajo y cesar del estudio vagaban por las calles sueltos, con peligro de pervertirse en sus costumbres: en un patio se los entretenía con juegos inocentes, y también se les repartía el pan de la divina palabra.
Explicar lo que pasó por Dorotea, al oír la primera noticia de los Talleres Salesianos, es empresa superior a mis fuerzas. Miraba resuelto el gran problema que tanto tiempo venía preocupándola: veía desarrollarse ante su mente un grandioso cuadro perfectamente y con gran maestría delineado, que parecía la realización de la idea, de la cual ella solamente había logrado trazar un muy rudimentario boceto. Su gozo no pudo ser más cumplido.
¡Eureka! ¡Eureka! podía exclamar con el geómetra siracusano. Sin darse punto de reposo, escribe á Sevilla preguntando si era exacto lo que de la fundación de Utrera se decía. Habiendo sabido que también en Marsella de Francia funcionaban ya los Talleres Salesianos, sin esperar la contestación de Sevilla, escribe á aquella ciudad pidiendo informes de la institución de Don Bosco.
¡Qué largos se le hicieron los días que tardaron en llegar las informaciones! Pero ¡qué agradable sorpresa al ver la conformidad entre ellas en las descripciones que de los Talleres se daban! No le parecían sino un exacto planteamiento y ejecución de la misma idea que ella había concebido en su mente, aunque la veía realizada con un vigor y maestría, á que ella jamás hubiera aspirado. Sucedióle lo que al Venerable Juán de Avila, quien, al tener conocimiento de la Compañía de Jesús que acababa de fundar San Ignacio de Loyola, exclamó : «Hé aquí tras lo que había yo andado tanto tiempo sin verme con fuerzas para ejecutarlo”. Y decía con grande humildad, que le había acontecido lo que á un muchacho que pretendiera subir á la cumbre de un monte una piedra muy pesada y no fiie.se para ello: y viene un gigante, toma la piedra, y con gran facilidad la coloca en la cima de la montaña. Esto sentiría Doña Dorotea al compararse con Don Bosco. Pero así como San Ignacio tenía por tanto ó más capaz que él para tan ardua empresa á su amigo Juan de Avila ; así también Don Bosco conceptuaba á Doña Dorotea como nacida para la obra del Oratorio Salesiano; y sus hijos, conformes con su padre en este sentimiento, apellidan á la buena señora su madre , como dan el dulce nombre de padre á Don Bosco, de quien aprendieron á dar aquel glorioso título á Dª Dorotea. Cerciorada ya de la existencia del nuevo
instituto y de su correspondencia y conformidad con la idea que había preconcebido, se dirige respetuosa al Superior de los Salesianos de Utrera, el Rvdo. Don Juan Branda, suplicándole se sirviese exponer las condiciones que seria preciso cumplir para instalar en Barcelona una casa salesiana. El
fuego y decisión con que se le hablaba en aquella carta, el punto de su procedencia, el verla firmada con el nombre de una señora, despertaron en el ánimo de D. Branda extraños recuerdos, que por espacio de dos años habían estado como dormido en su mente. Al despedirle Don Bosco para Andalucía desde Turín el año de 1880, le dijo: “Ahora vas á Andalucía; pero no estarás allí mucho tiempo. No es Andalucía donde está llamado nuestro Oratorio á hacer una ruidosa fundación, sino Cataluña: de allí se nos llamará por una señora de Barcelona para una grande fundación en la capital de Cataluña”. Leía y releía la carta el buen Superior y medio atónito, al ver cuan al pie de la letra se cumplía la predicción de su amado padre, no sabía lo que le pasaba.
Vuelto en sí de su asombro, respondió á la carta de Doña Dorótea, diciéndole que no podía él satisfacer á sus preguntas; y que para ello le era á la señora preciso dirigirse al Superior General del Oratorio, que residía en Italia en la ciudad de Turín. En la misma carta le preguntaba si sería por ventura ella la señora á quien hizo referencia su Superior General, D. Juan Bosco, cuando al enviarle desde Italia a España, le dijo que una señora de Barcelona había de llamar a aquella ciudad a su instituto, del cual se haría allí
una gran fundación. Quedó sobremanera sorprendida Dª Dorotea al leer este párrafo de la carta. Que ella escribió desde Barcelona, y que deseaba con todas las veras de su alma hacer en esta ciudad una fundación del Oratorio Salesiano, le constaba con evidencia; pero ignoraba absolutamente que existiese el personaje de quien se le hablaba: el nombre de Don Bosco no era conocido de D‘ Dorotea; y este nombre, y el de Oratorio de San Francisco de Sales y el de Talleres Salesianos no llegó á su noticia hasta el momento en que leyó en el periódico mencionado la primera noticia de la nueva institución. No podía, pues, saber si era ella o no la dama de Barcelona a quien aludía la predicción del Superior General del Instituto.
Era este, como dijimos, D. Juan Bosco, nacido en Castelnuovo de Asti, diócesis de Turín, el 15 de Agosto de 1815, de padres más ricos de virtudes y dones del Cielo, que e bienes de la tierra, recibió de ellos, y en especial de su piadosa madre, que era modelo de matronas cristianas, una esmerada educación religiosa. Su raro talento, unido á una memoria felicísima, brilló en el Seminario de Chieri, en donde se dedicó á los estudios eclesiásticos, y en Turín, en donde los perfeccionó. El estado miserable de los niños, cuya educación y formación estaba descuidada por sus padres, si los tenían ó por sus tutores y encargados, si eran huérfanos, impresionó vivamente su corazón. Conoció por experiencia y por reflexión que los niños, cual blanda cera, son susceptibles de recibir cualquiera sello que en sus tiernas almas se quiera imprimir: y desde luego se sintió inspirado á recogerlos y a dedicar su vida toda al cultivo de aquellas jóvenes plantas, que bien cuidadas, podían formar un deleitoso y ameno jardín; y descuidadas, no serian más que árboles estériles en la selva inculta de este mundo , para ir más tarde á arder en los fuegos infernales.
Dio principio á su obra en 1841, cuando solamente contaba 26 años de edad. Tenía su exterior, y más aun su bella alma, todas las cualidades necesarias para atraer á sí los niños. He aquí cómo le pintaba un autor que lo tenía bien conocido. « En su fisionomía”, dice 1 , « hay algo que no es de este mundo:
brilla su frente como si la cercara celestial resplandor y de sus ojos brotan rayos de fuego divino: una sonrisa plácida se dibuja siempre en sus labios, y palabras dulces cual la miel salen de su boca: en fin, sencillez sin ficción y nobleza sin altivez son sus rasgos más característicos, comunicando a su
persona irresistible atractivo.
Sus jóvenes alumnos, no insensibles á ese encanto, rodeaban con fruición inefable á su buen Padre el día festivo; y cuando llegaba la noche, costabales sumo trabajo separarse de él: cada uno le daba cien veces las buenas noches, y no tenían fuerza para dejarle hasta que el mismo Don Bosco les despedía. No es posible recordar sin emoción los mil y mil episodios de la vida de Don Bosco, en que de uno y otro modo se patentiza la tierna adhesión de los discípulos Maestro. »
Al empezar el año 1842 la tropa de muchachos que Don Bosco capitaneaba, era ya una legión compuesta de cien individuos; y el día de la Purísima Concepción de este mismo año el venerable sacerdote tuvo por vez primera el consuelo de celebrar el santo sacrificio de la misa rodeado de más de
doscientos jóvenes, que le respetaban y amaban como á padre. Durante los días de la semana desplegaba sobre sus niños Don Bosco una vigilancia suma. Recorría los talleres , fábricas y lugares en que trabajaban; seguía solícito los pasos y movimientos de cada uno: y con la destreza y tino, que
sólo sabe dar la caridad, se aprovechaba do cuanto veta ú oía para alejar de los peligros á unos, enseñar á otros, y ;hacerlos mejores á todos. Si alguno quedaba desocupado, el mismo le procuraba colocación, y no descansaba hasta que conseguía ponerlo al lado de un maestro hábil, y sobre todo cristiano.
Observemos aquí una cosa que hace mucho á nuestro propósito, y és, que el plan ideado por Dª Dorotea en la época de la vida en que nos hallamos , es decir , poco antes de tener noticia de la institución salesiana, no era nada diferente de lo que practicó su fundador en los principios de su obra. Por donde se ve la semejanza entre el espíritu de estas dos grandes figuras de nuestros días: ambos fijaban sus ojos en las necesidades de la moderna sociedad; ambos arbitraban idénticos medios de socorrerlas, porque ambos sentían el mismo impulso del Cielo para procurar con todas sus fuerzas el bien corporal y espiritual de los pobres niños de las clases más humildes y menos acomodadas. Dª Dorotea con la institución de las Salas de Asilo había comenzado á atender á los párvulos, y ahora sentía la necesidad de perfeccionar su obra extendiendo su caridad á los adultos; Don Bosco empezó por estos mucho antes que Dª Dorotea reconociese tal necesidad; pero á su vez comprendió que eran dignísimos de su paternal afecto los parvulitos, y hubo de abrazar en adelante como obra propia de su instituto la institución de casas de huérfanos.
Pero continuemos nuestra breve reseña de la vida de Don Bosco. Al verse ya á fines del 1842 rodeado de doscientos jóvenes, trató de dar orden y organización á su obra y de llamar en su auxilio celosos operarios, que le ayudasen en tan santa empresa. A l lugar que servía como de teatro á su obra, y á esta misma dio el nombro de « Oratorio de San Francisco de Sales». Para obtener obreros que coadyuvasen á realizar sus vastísimos planes, se convenció de la imperiosa necesidad de formar una Congregación
de hombres de sacrificio, que trabajasen por la conservación de su obra, la propagasen, velaran por ella y la tuvieran á su cargo. Después de repetidos ensayos, de constantes estudios y profundas meditaciones, y de fervorosa oración, logró dar á luz el nuevo Instituto religioso, y aparecieron las « Reglas y Constituciones de la Congregación Salesiana, » que fueron definitivamente sancionadas y aprobadas por el inmortal Pío IX en 3 de Abril de 1874.

1 .- Don Bosco y su obra, por el Obispo de Milo, que es el actual Obispo de Málaga, D. Marcelino de Spinola

(Continuará).

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