DISCURSO pronunciado por Don Bartolomé Feliú al inaugurarse la nueva Casa Salesiana, calle de Floridablanca, en Barcelona, el 18 de marzo de 1890, bajo la presidencia del Excmo. Sr. Obispo de la Diócesis.

EXCMO. SR.:

SEÑORAS:

SEÑORES:

Bueno fuera que desde el Cielo, donde todos piadosamente suponemos al inolvidable Don Bosco, renovase en favor mío aquella trasmisión extraordinaria de su voz, con la cual sacó de gran congoja a uno de sus queridos asilados. Había de celebrarse en una de sus Casas del Mediodía de Francia unarepresentación teatral, entre los obsequios tributados al amado Fundador. Estaban invitados a la fiesta los Cooperadores y muchos otros vecinos. A última hora, el Director vino a decir a Don Bosco que el niño encargado del principal y más difícil papel se había queda.do completamente afónico.Después de reflexionar breves momentos, hízole llamar, y bendiciéndole cariñosamente, << pierde cuidado, le dijo, yo te prestaré mi voz, y podrás desempeñar perfectamente tu papel. » Y en efecto, Don Rosco perdió la voz por unos días, y el niño salió á maravilla de su compromiso (1).

¿Sabéis, señores míos, para qué me serían muy provechosos en estos momentos la voz y el espíritu de Don Bosco? Para demostraros cumplidamente que la inauguración de este edificio, destinado a nueva Casa Salesiana , viene  a confirmar  otra vez uno de los sueños misteriosos, mejor diré, proféticos del santo Fundador. Conocido es seguramente de muchos de los que me escuchan; empero es·oportuno referirlo para instrucción de ese pobre pueblo, que ha tomado parte en la fiesta.

Corría el año de 1858. Monseñor Belasio había dado a los niños del Oratorio Salesiano unos Ejercicios espirituales, al parecer muy aprovechados, a juzgar por el fervor de la Comunión y por lo generoso de la resoluciones. Sin embargo, una noche, rezadas las oraciones de costumbre, dijo Don Bosco a sus hijitos: « No estoy contento de vosotros. » Esto equivalía a un castigo terrible (2), y la emoción fué general y profunda. A continuación añadió : « Os voy á contar un sueño que he tenido ; » y presa de visible agitación, les refirió lo siguiente :

Hallábame en Becchi ; acababa de apartarme de nuestra pequeña casa para dar un breve paseo en el campo cuando un anciano que estaba sentado sobre una piedra, viéndome pensativo y quizá un poco triste, -¿Qué es lo que tienes? me dijo. Eres un orgulloso. ¿Qué eres tú? Porque amas a tus niños, querrías que te correspondieran. ¿Acaso Jesús no amó a los hombres y no los ama más que tú?

- Es verdad... pero después de los ejercicios espirituales ... ¡ después de tanto trabajo! ... ¿Quieres ver a tus niños tales como son ahora? ¿Quieres verlos como serán más tarde? ¿Quieres contarlos?

- ¡Oh! sí, sí.

- Está bien.

El anciano me condujo a Bacaiau, campo ingrato y arenoso al cual de niño iba yo frecuentemente a trabajar.

En medio de ese campo vi un artificio indefinible.

- Aproxímate y mira a tus niños, me dijo el desconocido.

Me acerqué y por medio de un anteojo os vi a todos...allá ... a todos vosotros, hijos míos. Os distinguí a todos, pero qué diferentes de lo que yo pensaba: unos se tapaban los oídos, otros tenían horadada la lengua,  estos volvían los ojos, aquellos estaban con la cabeza mala; más allá unos tenían el corazón roído por los gusanos, otros un candado en la boca, otros llevaban aferrados a las espaldas unos monos horribles y repugnantes. Por fin bien pocos de vosotros eran los que estaban exentos de toda enfermedad.

Deshecho en lágrimas, exclamé : - ¿Es posible que estos sean mis hijos ? ¿qué significan tan extrañas fisonomías?

- Escucha: estos que se ponen las manos en los oídos son los que no quieren amonestaciones para no hacerse violencia en la. práctica; esos de lengua horadada son los que libres en sus conversaciones ofenden particularmente la modestia; aquellos que tuercen la vista son los que, interpretando a su capricho la gracia de Dios, prefieren la tierra al cielo; los de cabeza enferma son los que desprecian los consejos para vivir á su antojo. Mira aquellos dos desgraciados: los gusanos de las pasiones les roen el corazón; aquellos con candado en la boca: el diablo se las tiene cerradas después de confesiones mal hechas; aquellos pobres niños con grandes monos sobre las espalda esclavos son del demonio. Para esos no hay remedio; en vano trabajarás, pues, no quieren a ninguna costa sacudir el yugo de Satanás. ¿Ves por fin en ese rincón a los que tienen atadas las manos? No han querido obedecerte ni convertirse: la justicia humana misma vendrá en tu ayuda para enseñarles que el pecado
no lleva a la felicidad. ·

Yo miraba, sin contener las lágrimas. - ¡Ah! ¡todo perdido ! ¡tantas fatigas ... inútilmente!

- ¿Y quién eres tú, que pretendes convertir porque has trabajado? ¿ Ha escaseado sus trabajos el divino Salvador?

Dicho esto, el anciano cambió aquel artificio y me dijo: - Observa ahora. ¡cuán generoso es Dios, cuánto te da pos esas almas que no corresponden a tus desvelos!

Entonces vi una muchedumbre incalculable de niños y jóvenes de sin número de países, de diversas lenguas, trajes y fisonomías.

- Esos son los hijos que Dios te enviará; tan grande será su número que no sabrás donde colocarlos, me dijo el anciano.

En medio de esa muchedumbre de niños distinguí algunos que me eran bien conocidos. Nuestros sacerdotes se empleaban en entretenerlos y en educarlos.

El anciano movió de nuevo el artificio y me ofreció un nuevo espectáculo. Muchos obreros trabajaban en el campo; algunos los vigilaban y dirigían; otros sembraban.

En un extremo, quienes se ocupaban en afilar en una piedra las guadañas, en martilladas para afinarlas y las pasaban en seguida á los directores para distribuirlas, quienes se cruzaban de brazos o abandonaban el campo, esto es, el Oratorio.

Segada la mies, robustos brazos la engavillaban y la cargaban en un cano que era luego guiado por un solo obrero (3).

Ahora bien, señores; entre la muchedumbre de hijos espirituales que la generosidad de Dios Nuestro Señor había de enviar a Don Bosco en premio de sus desvelos , no han de contarse sólo los pobres salvajes de la Patagonia, de la Tierra del Fuego y otros países de América, cuyos variados trajes y diversidad de lenguas parecen confirmar de un modo especial aquella profecía de hace 32 años, sino también estas masas de pobrísimo pueblo, hoy atraídas por la curiosidad a este recinto.

Me fundo, para creerlo así, en la condición tristísima a que las veo reducidas.

¡Ah, señores! Cuando no ha mucho tiempo, recorría las ciudades de Europa un Eminentísimo Purpurado, buscando auxilios contra la lepra vergonzosa de la esclavitud, pensaba yo que no nos faltaban esclavos que redimir en nuestra propia casa. Delante los tenéis. Son esclavos de una civilización, que a pesar de cubrirse con el esplendido manto de un progreso material seductor, es para todo católico una civilización bárbara, pues encadena con servidumbre abrumadora a estos desgraciados. Esta civilización los arroja del interior de la ciudad, donde su miseria podía excitar la generosidad de los ricos, a estos barrios malsanos y desatendidos de todos los elementos del mundo, a los cuales no alcanza otra influencia que la de la caridad. Aquí, en habitaciones mezquinas,donde se agrupan dos y tres familias con el título de realquiladas, en las peores condiciones higiénicas, quedan abandonados al reducido jornal del jefe de familia. El precio elevado de los alquileres, el de los alimentos y vestidos, les obligan a cercenar cada día su ración alimenticia, y la enfermedad no tarda en visitar non su largo cortejo de desdichas la mansión de estos pobres trabajadores. ¿ De quién pueden entonces esperar el remedio de tantos infortunios ? ¡Ah, señores! No ciertamente de los que por razón de su oficio o cargo público civil, se ven de tarde en tarde precisados a pasar (dispensarme la frase) con las manos en las narices por estos lugares de tristeza. Sólo el fuego de la divina caridad presta alientos para dar la mano a los que azota por modo tan cruel el infortunio.

Preciso es conocerlos de cerca, como los conocemos cuantos en representación de la Conferencia de San Vicente de Paúl, recorremos esta feligresía. de 35.000 habitantes, para saber apreciar los abismos de  necesidad moral y material abiertos a la vista de la culta Barcelona, entre gentes de diversas procedencias. No lo dudéis, señores, aquí hay una verdadera esclavitud.

Y yo afirmo, al presenciar la inauguración de esta Casa, que los hijos de Don Bosco vienen a romper esas cadenas. Los trae providencialmente una noble dama, cuyo nombre pronunciarnos con respeto los católicos , porque va invariablemente unido a todas las empresas benéficas. Ellos se encargarán de demostrar a estas víctimas de la civilización egoísta que la Iglesia no abandona a ninguno de sus hijos, por pequeños que sean, y que tiene consuelos para todas las desdichas. Ellos, con la enseñanza cristiana que van a difundir entre niños y adultos, recordarán a tantas almas postradas por la desidia, la grandeza de sus futuros destinos , y la belleza de una Religión que a todos nos declara hijos de Dios. Ellos en fin, ayudados por la caridad inagotable de los católicos de Barcelona, que al conocer esta fundación, la socorrerán pródigamente, atenderán á las necesidades físicas de estos pobrecitos, enseñando un oficio a los jóvenes acogidos. Mucho nos debemos todos complacer con este nuevo acto de ingeniosa actividad de las almas cristianas.

Excmo. Sr.: No me he levantado a pronunciar un discurso, sino a manifestar a la concurrencia,  y en particular a los vecinos de esta demarcación, cuántos bienes nos prometemos de la presencia de los hijos de Don Bosco en medio de los desheredados de la fortuna. Dígnese V. E. bendecir a estos obreros evangélicos y a sus queridos niños, y bendecir también a esta numerosa y distinguida concurrencia. Reciba mil plácemes por esta nueva obra de cristiana regeneración el dignísimo Sucesor del llorado D. Bosco, nuestro respetable amigo Don Rúa, a quien hoy tenemos el gran consuelo de ver sentado , entre nosotros, recordándonos aquella inalterable dulzura del santo Fundador. También me permito felicitar muy de veras al celoso Sr. Cura-Párroco de la feligresía de Santa Madrona, pues de hoy en más cuenta en este Establecimiento Salesiano con auxiliares decididos para su tarea evangélica. Y por último, en nombre de estas familias obreras, a cuyo bienestar se consagra la fundación,envío cordialisimo voto de gracias a esa distinguida señora, a cuyas larguezas se debe casi todo, así como a los demás respetables bienhechores que me escuchan: He dicho.



(1) Don Bosco, por C. D'ESPINEY, pág. 223.

(2) El Sr. C. D'Espiney, de quien tomamos también este singular suceso, afirma que es preciso haber sido amado ele Don Bosco, para, comprender el valor de esta sencilla reprensión para los hijos de aquel hombre todo ternura.

(3) Don Bosco dijo con frecuencia que ese obrero tenía el aspecto de Don Rúa y agregaba que Don Savio (en América) lo empujaba.

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